Distinción del Centro de Cultura Tanguera Alfredo Belussi

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Tango, Radio y más Historias, blog distinguido por su aporte a la difusión del Tango, sus autores e intérpretes.

sábado, 1 de junio de 2013

Mario Pardo - Biografía - 1 de junio de 2013


                                                         Mario Pardo
Mario Alberto Pardo nació en Cerro Largo (Uruguay) el 2 de noviembre de 1887, y por un tranquito no alcanzó el centenario, pues murió el 29 de agosto de 1986, en Burzaco (provincia de Buenos Aires). En noventa y nueve años dedicados a la música popular tuvo tiempo de hacer muchas cosas; entre otras, cambiarle el compás a Gajito de cedrón, esa maravilla de gracia, picardía y buen gusto que brindó a Gardel la ocasión de dejarnos una de las diez o doce versiones fonográficas más brillantes de su esplendorosa carrera (el 3 de marzo de 1927, con Ricardo y Barbieri). Linda Thelma cantaba los preciosos versos de Alfredo Navarrine con otra melodía.
Pardo era músico de escuela. Había estudiado en el Conservatorio San Pietro Omaiello, de Nápoles. Fue director de banda en su patria y luego abdicó la batuta para dedicarse a la música criolla en la Argentina. A los ochenta y tantos años evocó su vida en un reportaje tan cálido como desordenado. Por lo que de su memoria pudo rescatarse, se presentó inicialmente como concertista de guitarra; en 1918 conoció a Max Glücksmann, quien lo llevó a los discos Nacional; fue abandonando rápidamente la música de escuela para arrimarse a la popular y en 1919 formó junto a Ignacio Corsini en las presentaciones de la compañía de José J. Podestá. Cultivó la amistad de Eduardo Arólas, quien le dedicó el tango La guitarrita (al que Contursi rebautizaría como Qué querés con esa cara, y que, con tal nombre, fue grabado por Gardel en 1920), frecuentó todos los escenarios del circuito de Glücksmann y anduvo por los estudios de la radiofonía en pañales desde 1921, por lo menos. Acompañó con su guitarra los primeros gorjeos que Tania dedicó al tango (Río de Janeiro, digamos que en 1924), el 4 de noviembre de 1934 se presentó en el teatro Colón al frente de un conjunto de cien guitarras (fue la noche del triunfo más grande de mi carrera, memoraba con más orgullo que nostalgia), registró 140 composiciones (Orlando del Greco dixit) y de ellas (dixit Horacio Loríente), las más perdurables son las que forman parte del repertorio gardeliano: el citado Gajito de cedrón, Linda provincianita, el famoso tango La maleva y La tropilla (o El triunfo, compuesto en colaboración con el legendario tradicionalista Santiago Hipólito Rocca), grabado en 1922 por el dúo Gardel-Razzano y en 1930 por Gardel, sólito y su alma, con las violas de Barbieri, Riverol y Aguilar cuidándole la retaguardia.

Entre el canto tradicionalista y el tango no hay una tierra de nadie, sino una tierra de ambos. Es la que transitaron, orondamente, Carlos Gardel e Ignacio Corsini, entre otros, y Rosita Quiroga y Azucena Maizani, entre otras. Los cuatro lo hicieron portando la guitarra criolla - ¡Cuántas veces, bajo el brazo de la zurda, por cubrirte del sereno, te llevé!-, y sólo la mandaban al ropero en los momentos de depresión -si acaso alguna vez la sentían-, pero no cuando se pasaban de la zamba al tango, ni de las ternuras de Saúl Salinas (Pobrecita la pastora que ha fallecido en los campos) a las guapeadas de Ángel Greco (Naipe marcao, cuando ya es junao tiene que rajar). Mario Pardo se acercó al tango con la doble solvencia que le daban el conservatorio napolitano y sus largos andares codo a codo con los tanguistas trashumantes, que todos lo eran por aquellas primeras décadas del siglo. Cuando Gardel y Corsini, Rosita y Azucena, pisaban fuerte en el tango, cuando hasta pisaba fuerte aquella toledana impredecible a la que acompañó en Río de Janeiro cuando se arriesgó a Fumando espero, don Mario se quedó en esa tierra intermedia, que se fue achicando, achicando, porque luego llegó el folklore - con Atahualpa, Falú, la Negra Sosa, que amojonaron el límite entre una y otra especie musical-. Don Mario Pardo se convirtió así en un monumento semoviente. Uno se acercaba a él como a la estatua de San Martín.